A mí que me digan que me autobombeo no me ofende. El hombre lleva autobombeándose desde el amanecer de los tiempos, y es una actividad que no ha dejado ciego ni impotente a nadie desde entonces. Pero es que además no tiene nada de reprochable cuando el ejercicio se ajusta a la verdad. Vean cómo tituló Nietzsche los tres primeros capítulos de Ecce Homo:
- Por qué soy tan sabio.
- Por qué soy tan inteligente.
- Por qué escribo libros tan buenos.
Sí, hablaba de sí mismo. ¿Alguien se atreve a llevarle la contraria? (Espero que ni Keen ni Habermas tengan tan poco juicio como para levantar el dedo). Los títulos de Nietzsche son incontestables porque era un tipo muy sabio, muy inteligente, y escribía libros muy buenos. Ahora bien, se dice por ahí que hablar bien de uno mismo está feo. ¿Qué hay que hacer entonces? Ah, pues conseguir que hablen bien de ti los demás mientras mantienes la boca cerrada. Ésta es la figura del intermediario, del filtrador. Si Keen, o similar, dice que hago buenas películas, entonces soy bueno. Si no, ni lo soy ni me las distribuirán ni las verá nadie, y seré, en sus propias palabras, un “simiesco desvergonzado”. El público sigue las directrices del intermediario y nuestra Cultura se asienta sobre esta base. Afortunadamente, Internet ha oxidado los filtros y los autores pueden acceder directamente al público. Pero claro, el músico, el cineasta o el escritor que se autoproduzca y autodistribuya tendrá también que autopromocionarse. El autobombo, pues, está servido, y para largo. Bienvenido sea.
Ya he acabado mi ensayo, “Los Trabajos del Director”. Me he saltado los pasos intermedios y me he autopublicado. Saldrá a la luz en pocas semanas, o días. Cuando esto ocurra tocaré el bombo y los platillos. Si alguien no quiere leerlo por la simple razón de que no viene avalado por un sello editorial “tradicional” que se lea un libro de autoayuda, que bien falta le hace.
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