El hombre de la pistola de nata es una tragicomedia acerca de las ideas, el robo de ideas y la frustración que acompaña a un autor que un día descubre que las ideas no están dentro de las cabezas sino en el aire.
Puede que las ideas estén en el aire o en el cubo de la basura. Al final lo importante no es quién las tenga o dónde estén, sino realizarlas. Llevarlas a cabo antes que nadie. Son las ideas quienes buscan a un autor que las realice, no al revés. De ahí la prisa. Hay que cazarlas al vuelo y plasmarlas rápido. Si no, alguien lo hará por nosotros.
Las ideas se roban, sí. Existe el plagio. Pero ahí no acaba todo. Siempre he tenido la sensación de que, en cierto modo, nuestras cabezas son transparentes. O que no están cerradas del todo y algo se escapa por las rendijas. Quizá nuestras mentes no sean más que decodificadores conectados a algún tipo de banco de datos ubicuo y etéreo del que tomamos prestados los pensamientos. Un banco de datos de acceso abierto. En fin, que las ideas ni son exclusivamente nuestras ni podemos mantenerlas encerradas demasiado tiempo entre las cuatro paredes del cráneo. Y descubrir esto es verdaderamente terrible para un autor sin recursos porque su único recurso en el mundo es la fantasía.
Los autores, el protagonista de la obra y yo y todos los autores en general, somos seres vulnerables. Y un poco estúpidos. Para crear hay que tener los pies levitando, como mínimo, un par de centímetros sobre el suelo. Hay que ser un soñador. Y aquí radica nuestra fortaleza pero también nuestra debilidad. Se requiere fortaleza para pensar en algo que, en principio, sólo nos interesa a nosotros y que probablemente sea irrealizable, merece ser presentado al mundo y seguir adelante con ello. Pero este anhelo es un castillo de naipes. Por mucho esfuerzo que cueste levantarlo un ligero soplo lo derribará en un santiamén. Para ello basta con una cierta dosis de crueldad.
La crueldad—sobre todo cuando está orquestada— es incomprensible para quien la padece. Provoca dolor, pero es que además tiñe de absurdo el trozo de vida que sacude. El hombre de la pistola de nata es una tragedia vestida de comedia. Por momentos puede parecer absurda. No lo es. Lo parece porque retrata a un personaje soñador sometido a un asedio por seres crueles que aporrean todos sus flancos, pisoteándole los sueños, su buena fe y hasta su hombría, y ese ensañamiento es para él incomprensible. Si este acoso pasa por comedia es porque es divertido. Pero es que la crueldad, en el teatro, es divertida.
Puede que las ideas estén en el aire o en el cubo de la basura. Al final lo importante no es quién las tenga o dónde estén, sino realizarlas. Llevarlas a cabo antes que nadie. Son las ideas quienes buscan a un autor que las realice, no al revés. De ahí la prisa. Hay que cazarlas al vuelo y plasmarlas rápido. Si no, alguien lo hará por nosotros.
Las ideas se roban, sí. Existe el plagio. Pero ahí no acaba todo. Siempre he tenido la sensación de que, en cierto modo, nuestras cabezas son transparentes. O que no están cerradas del todo y algo se escapa por las rendijas. Quizá nuestras mentes no sean más que decodificadores conectados a algún tipo de banco de datos ubicuo y etéreo del que tomamos prestados los pensamientos. Un banco de datos de acceso abierto. En fin, que las ideas ni son exclusivamente nuestras ni podemos mantenerlas encerradas demasiado tiempo entre las cuatro paredes del cráneo. Y descubrir esto es verdaderamente terrible para un autor sin recursos porque su único recurso en el mundo es la fantasía.
Los autores, el protagonista de la obra y yo y todos los autores en general, somos seres vulnerables. Y un poco estúpidos. Para crear hay que tener los pies levitando, como mínimo, un par de centímetros sobre el suelo. Hay que ser un soñador. Y aquí radica nuestra fortaleza pero también nuestra debilidad. Se requiere fortaleza para pensar en algo que, en principio, sólo nos interesa a nosotros y que probablemente sea irrealizable, merece ser presentado al mundo y seguir adelante con ello. Pero este anhelo es un castillo de naipes. Por mucho esfuerzo que cueste levantarlo un ligero soplo lo derribará en un santiamén. Para ello basta con una cierta dosis de crueldad.
La crueldad—sobre todo cuando está orquestada— es incomprensible para quien la padece. Provoca dolor, pero es que además tiñe de absurdo el trozo de vida que sacude. El hombre de la pistola de nata es una tragedia vestida de comedia. Por momentos puede parecer absurda. No lo es. Lo parece porque retrata a un personaje soñador sometido a un asedio por seres crueles que aporrean todos sus flancos, pisoteándole los sueños, su buena fe y hasta su hombría, y ese ensañamiento es para él incomprensible. Si este acoso pasa por comedia es porque es divertido. Pero es que la crueldad, en el teatro, es divertida.
(El hombre de la pistola de nata estará sobre el escenario del Teatro Arenal de Madrid a partir del próximo 1 de diciembre, dirigida por Juan José Afonso e interpretada por Joaquín Hinojosa, Francesc Tormos, María Kaltembacher y Josu Ormaetxe).
Carlos Atanes website: www.carlosatanes.com
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